lunes, junio 26, 2006
Cronica de una entrega de premio (segunda parte)
(Publicado anteriormente en El sabor del cerdo agridulce)
Pasamos por medio Museo de América y recogemos a un fotógrafo de Gaceta Complutense. Yo me oriento fatal, así que a los dos minutos estoy a merced de mis acompañantes. Llegamos al sitio donde están los de Localia, que están grabando al premiado en Economía, en un patio lleno de árboles que da un buen rollo increíble, como si estuviéramos en un Parador de Turismo (interior y en un segundo piso, muy curioso).
Terminan con el de Economía y me toca a mí. Me ponen el micrófono de solapa.
-¿Te importa cerrarte la chaqueta para tapar el cable del micrófono, que queda muy feo?
“Si me abrocho la chaqueta, pareceré gordo”, pienso.
“Es que estás gordo”, dice mi conciencia, que es una puta y una exagerada. “No haberte comido el donut”.
Me abrocho la chaqueta por no seguir discutiendo con mi conciencia. El cámara me enfoca. Hay una chica al lado con unos papeles en la mano, que debe ser la redactora y la que me hará las preguntas. Pero el que habla es el cámara:
-Bueno, dinos tu nombre y a qué has venido.
-¿Cómo que a qué he venido?
-Que qué premio vas a recoger. Venga, cuando quieras.
-Ah. Me llamo José Antonio Palomares y vengo a recoger el Premio de Narrativa Joven por mi novela Me llaman Fuco Lois.
-Muy bien, hemos acabado.
Estupefacto, uso mis reflejos de pantera para decir:
-¿Te lo repito, por si acaso? –Y lo repito- Hola, soy José Antonio Palomares y vengo a recoger el Premio de Narrativa Joven por mi novela Me llaman Fuco Lois.
A la segunda el nombre de la novela me sale sin cursiva, pero no he repetido la palabra llamar. Una cosa por otra. Me reúno con el resto de premiados. Hay dos tipos: los que van trajeados, que son los premios de las categorías serias (Economía, Ciencia, Comunicación…) y los de categorías bohemias (Artes Plásticas, Narrativa), que estamos en un moderno término medio entre ir elegante e ir de mendigo. Hacemos un corrillo para mirarnos en silencio, porque no sabemos de qué hablar. De repente me he puesto nervioso, y cuando estoy nervioso es como si me hubiera tomado tres gintonics seguidos, así que aprovecho una pregunta sobre mi novela para hablar un rato a toda velocidad, encadenarlo con anécdotas de mi vida y en general poner a todos histéricos con mi verborrea. Al lado de donde estamos hay una mesa alargada con un montón de bebidas, preparadas para el cóctel que se da después de la ceremonia. Intento que me pongan algo, pero no funcionan ni el soborno ni las amenazas ni el usted no sabe quién soy yo.
Al fin bajamos al salón de actos, que está bastante lleno. Charlo un rato con mi familia.
-¿Estás nervioso?
-¿Yo? Qué va.
Empieza la ceremonia. Hay algunas caras famosas. Está el rector de la Complutense, Carlos Berzosa. Están Carmen Caffarel, Cristina del Valle, Francisco Calvo Serraller y Rosa Regàs, que formaba parte de mi jurado y es por tanto una de las responsables de que me den el premio. Soy de los últimos en salir, así que tengo tiempo para ir cociéndome en mis propios nervios. Le dan el premio al de Economía, que habla con mucha soltura. El siguiente es el de Comunicación. Luego salen los accesit de Artes Plásticas, que no pueden hablar, sólo saludar. Antes de que salga el ganador, el presidente del jurado de Artes Plásticas, Francisco Calvo Serraller, se lanza a una disquisición sobre el valor del arte actual, lo difícil de evaluar qué es bueno y qué no, se enreda y llega un momento donde no se sabe si está atacando al ganador o defendiéndolo; importa poco porque nadie parece estar atendiendo. Sólo el pobre ganador, el rostro desencajado, que lleva cinco largos minutos de discurso deseando que digan su nombre de una vez para terminar con la dolorosa tortura de la espera.
El siguiente es el premio de Solidaridad, que también tiene accésit. Es horroroso ser de los últimos, parece que no va a llegar nunca tu turno. Sale Cristina del Valle, como presidenta del jurado, y hace un discurso lisérgico sobre el capital y la generosidad y sobre el mundo cruel y algo más. Y sobre solidaridad, claro. Sale el accésit, una chica de 19 años que lleva desde los 14 cuidando discapacitados psíquicos. A esta sí la dejan hablar, pero la chica está tan emocionada que no puede: solloza e hipa y a la sala entera se le ponen los pelos de punta. Cuando consigue balbucear los agradecimientos se lleva el aplauso de la noche. Entonces interviene de nuevo Cristina del Valle y le da las gracias por llorar (sí, en serio). Luego presenta a la ganadora, que en comparación parece indiferente a todo, pero cuyo discurso es un modelo de aplomo y sensatez; el mejor de la noche hasta el momento, incluyendo a los presidentes de los jurados.
Cuando se sienta, los presentadores anuncian el siguiente premio. Un jurado compuesto por Andrés Sorel, Rosa Regàs, Almudena Grandes, Antonio Gómez Rufo, Luis Mateo Díez, Melquíades Prieto y José María Merino otorga el premio de Narrativa a ¿quién?
Sube Andrés Sorel al escenario. Me toca a mí. Ruego a Dios que haga un discurso corto.
(continúa aquí)
Pasamos por medio Museo de América y recogemos a un fotógrafo de Gaceta Complutense. Yo me oriento fatal, así que a los dos minutos estoy a merced de mis acompañantes. Llegamos al sitio donde están los de Localia, que están grabando al premiado en Economía, en un patio lleno de árboles que da un buen rollo increíble, como si estuviéramos en un Parador de Turismo (interior y en un segundo piso, muy curioso).
Terminan con el de Economía y me toca a mí. Me ponen el micrófono de solapa.
-¿Te importa cerrarte la chaqueta para tapar el cable del micrófono, que queda muy feo?
“Si me abrocho la chaqueta, pareceré gordo”, pienso.
“Es que estás gordo”, dice mi conciencia, que es una puta y una exagerada. “No haberte comido el donut”.
Me abrocho la chaqueta por no seguir discutiendo con mi conciencia. El cámara me enfoca. Hay una chica al lado con unos papeles en la mano, que debe ser la redactora y la que me hará las preguntas. Pero el que habla es el cámara:
-Bueno, dinos tu nombre y a qué has venido.
-¿Cómo que a qué he venido?
-Que qué premio vas a recoger. Venga, cuando quieras.
-Ah. Me llamo José Antonio Palomares y vengo a recoger el Premio de Narrativa Joven por mi novela Me llaman Fuco Lois.
-Muy bien, hemos acabado.
Estupefacto, uso mis reflejos de pantera para decir:
-¿Te lo repito, por si acaso? –Y lo repito- Hola, soy José Antonio Palomares y vengo a recoger el Premio de Narrativa Joven por mi novela Me llaman Fuco Lois.
A la segunda el nombre de la novela me sale sin cursiva, pero no he repetido la palabra llamar. Una cosa por otra. Me reúno con el resto de premiados. Hay dos tipos: los que van trajeados, que son los premios de las categorías serias (Economía, Ciencia, Comunicación…) y los de categorías bohemias (Artes Plásticas, Narrativa), que estamos en un moderno término medio entre ir elegante e ir de mendigo. Hacemos un corrillo para mirarnos en silencio, porque no sabemos de qué hablar. De repente me he puesto nervioso, y cuando estoy nervioso es como si me hubiera tomado tres gintonics seguidos, así que aprovecho una pregunta sobre mi novela para hablar un rato a toda velocidad, encadenarlo con anécdotas de mi vida y en general poner a todos histéricos con mi verborrea. Al lado de donde estamos hay una mesa alargada con un montón de bebidas, preparadas para el cóctel que se da después de la ceremonia. Intento que me pongan algo, pero no funcionan ni el soborno ni las amenazas ni el usted no sabe quién soy yo.
Al fin bajamos al salón de actos, que está bastante lleno. Charlo un rato con mi familia.
-¿Estás nervioso?
-¿Yo? Qué va.
Empieza la ceremonia. Hay algunas caras famosas. Está el rector de la Complutense, Carlos Berzosa. Están Carmen Caffarel, Cristina del Valle, Francisco Calvo Serraller y Rosa Regàs, que formaba parte de mi jurado y es por tanto una de las responsables de que me den el premio. Soy de los últimos en salir, así que tengo tiempo para ir cociéndome en mis propios nervios. Le dan el premio al de Economía, que habla con mucha soltura. El siguiente es el de Comunicación. Luego salen los accesit de Artes Plásticas, que no pueden hablar, sólo saludar. Antes de que salga el ganador, el presidente del jurado de Artes Plásticas, Francisco Calvo Serraller, se lanza a una disquisición sobre el valor del arte actual, lo difícil de evaluar qué es bueno y qué no, se enreda y llega un momento donde no se sabe si está atacando al ganador o defendiéndolo; importa poco porque nadie parece estar atendiendo. Sólo el pobre ganador, el rostro desencajado, que lleva cinco largos minutos de discurso deseando que digan su nombre de una vez para terminar con la dolorosa tortura de la espera.
El siguiente es el premio de Solidaridad, que también tiene accésit. Es horroroso ser de los últimos, parece que no va a llegar nunca tu turno. Sale Cristina del Valle, como presidenta del jurado, y hace un discurso lisérgico sobre el capital y la generosidad y sobre el mundo cruel y algo más. Y sobre solidaridad, claro. Sale el accésit, una chica de 19 años que lleva desde los 14 cuidando discapacitados psíquicos. A esta sí la dejan hablar, pero la chica está tan emocionada que no puede: solloza e hipa y a la sala entera se le ponen los pelos de punta. Cuando consigue balbucear los agradecimientos se lleva el aplauso de la noche. Entonces interviene de nuevo Cristina del Valle y le da las gracias por llorar (sí, en serio). Luego presenta a la ganadora, que en comparación parece indiferente a todo, pero cuyo discurso es un modelo de aplomo y sensatez; el mejor de la noche hasta el momento, incluyendo a los presidentes de los jurados.
Cuando se sienta, los presentadores anuncian el siguiente premio. Un jurado compuesto por Andrés Sorel, Rosa Regàs, Almudena Grandes, Antonio Gómez Rufo, Luis Mateo Díez, Melquíades Prieto y José María Merino otorga el premio de Narrativa a ¿quién?
Sube Andrés Sorel al escenario. Me toca a mí. Ruego a Dios que haga un discurso corto.
(continúa aquí)